En la actualidad, el uso de la tecnología es cada vez más común entre la población infantil, siendo las redes sociales los espacios más atractivos y populares, pero también los más riesgosos sobre todo cuando se mezclan algunos ingredientes: el engaño premeditado de una persona adulta, el desconocimiento o descuido de las personas cuidadoras, y la natural inocencia de niñas, niños y adolescentes.
Hacerse pasar por una persona menor de edad con el propósito de ganarse la confianza de la potencial víctima, para luego acosarla, controlarla emocionalmente y chantajearla con fines sexuales, es una práctica delictiva que tiene nombre: engaño pederasta, también conocido como “grooming”.
En los hogares este fenómeno debe verse con mucha seriedad, sobre todo si recordamos que hace mucho que las infancias están más presentes de lo que pensamos en las redes sociales.
Datos de la Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales (ENCCA) 2022 muestran que 82 por ciento de las niñas y niños es internauta y 69 por ciento mencionó usar alguna red social. Este dato refleja un aumento considerable, pues en 2017 estos espacios socio digitales, eran usados por sólo cuatro de cada 10 menores de edad.
Pero, ¿cómo es que una persona adulta logra engañar, manipular y lastimar a un menor de edad detrás de un dispositivo tecnológico?
El proceso del grooming tiene su propio proceso, siendo la paciencia por parte del perpetrador, su principal fortaleza. El enganche es la primera etapa y en la cual la persona acosadora generalmente hace preguntas sobre la edad y localización del infante, e intentará conocer sus gustos para adaptarse a ellos. En esta fase, el objetivo principal es ganarse la confianza.
Después, viene la etapa de la fidelización: aquí el acosador querrá asegurarse que el menor quiere seguir hablando, entonces la conversación puede girar hacia temas más personales e íntimos.
Este punto es clave dentro del grooming, ya que el o la delincuente busca aprovecharse de las vulnerabilidades del menor haciéndole creer que lo comprende y empatiza con él o ella; el objetivo es convertirse en un “confidente”, (infantes con problemas de autoestima, falta de comunicación, víctimas de violencia por sus padres o cuidadores, pueden ser blancos fáciles).
Una vez teniendo en la “palma de su mano” a la niña, niño o adolescente, viene la seducción, y es aquí donde aparecerá el sexo en las conversaciones y se comenzarán a enviar y solicitar fotografías sexualizadas y se pedirá la cámara web encendida, por supuesto que sólo la del menor. Incluso usará fotos de otros menores, diciendo que es ella o él, para provocar un sentimiento de culpa si el menor no hace lo mismo.
Finalmente, en la parte del acoso, el o la pederasta ya dispone de información muy útil para sus fines: gustos, preocupaciones, situación familiar, fotografías. Todo suma para chantajear, amenazar y manipular para establecer una relación sexual física o virtual.
En 2011, el informe del Centro de Investigación Innocenti de UNICEF daba cuenta de más de 16 mil 700 páginas web que mostraban imágenes de abusos a niñas y niños, de los cuales 73 por ciento eran menores de 10 años. Y esto teniendo en cuenta que hoy la cantidad es abismalmente mayor y que la mayoría del contenido que consumen pedófilos y pederastas no está en páginas web, sino en los discos duros de sus computadoras y que es compartido a través de programas específicos para ello.
La complejidad del grooming radica en que las víctimas tienden a ocultar lo que les sucede por vergüenza o culpabilidad, y aunque el engaño pederasta se realice en un entorno virtual, compromete la seguridad física y emocional del menor.
Esto deriva en ansiedad y depresión, que son dos de los impactos psicológicos más comunes, que también se relacionan con el descenso en el rendimiento académico, dificultad de sociabilidad y afectividad.
Tanto en los hogares como en los entornos escolares, la información y la atención son dos piezas clave para detectar y prevenir este tipo de delitos en contra de las infancias.
Un primer paso es no dejar de señalar los riesgos y las consecuencias que implica compartir o enviar imágenes íntimas o que les hagan sentir remordimiento o vergüenza. Una vez que una fotografía o video sale de nuestro dispositivo, no hay control y pueden llegar a difundirse entre amigos, familiares, profesores e incluso circular indefinidamente en internet.
Aunque parezca innecesario mencionarlo, es importante seguir insistiendo que la interacción con personas desconocidas, tal como sucede en los espacios físicos, lleva un riesgo de por medio.
Enseñar a las niñas, niños y adolescentes que ante situaciones que les hagan sentir incomodidad, temor o duda, siempre hay una salida, es muy importante. Bloquear contactos y pedir ayuda, es el primer paso que se debe dar.
Otras recomendaciones son: enseñar a los menores a rechazar los mensajes de tipo sexual o pornográfico, que exijan respeto hacia su cuerpo, que no deben publicar fotos suyas o de sus amigos en sitios públicos, no aceptar a personas que no hayan visto físicamente y a las que no conozcan bien.
Si se ha producido una situación de acoso es importante guardar todas las pruebas: conversaciones, mensajes, capturas de pantalla, y sobre todo no ceder ante al chantaje y la manipulación.
Pero no todo está del lado de las niñas, niños y adolescentes. Las personas adultas en los hogares deben informarse y aprender a usar herramientas de prevención, así como implementar reglas y buenas prácticas para el uso responsable de la tecnología como por ejemplo, colocar la computadora en lugares de tránsito o visible y evitar que chateen a puerta cerrada.
Evitar el uso de dispositivos como celulares y tabletas después de las 22 horas, es otra práctica de prevención necesaria, ya que en la noche se incrementa el número de usuarios y potencialmente aumenta el riesgo.
A nivel técnico, es importante instalar antivirus y programas de navegación segura en los aparatos electrónicos que usen los menores, llevar un seguimiento sobre las páginas que visitan, con quién hablan y sobre qué temas (hablando con ellos y preguntando), así como evitar instalar una cámara web en las computadoras y en caso de tener la necesidad escolar o familiar, se sugiere restringir su uso con una clave de seguridad.
Otro punto clave es conversar acerca de sexualidad saludable y reforzar la idea de que con las madres, padres y cuidadores como las abuelas y abuelos, se puede hablar sobre cualquier tipo de contenido que les resulte desagradable o les hayan incomodado.
Si se sabe o se sospecha que un menor ha sido víctima de grooming es importante transmitirle una actitud de seguridad, mostrar apoyo incondicional, no ceder al chantaje del acosador, denunciar a la autoridad competente y por supuesto buscar ayuda psicológica.
Hoy más que nunca es vital cambiar el foco del diálogo con las niñas, niños y adolescentes y comenzar a hablar de temas como la privacidad y el cibercrimen, además de tomar en cuenta la importancia de contar con contraseñas seguras, la doble autenticación y el cifrado de datos.
La confianza en el entorno familiar, reforzar la autoestima y la comunicación, son factores muy relevantes para evitar que haya personas que puedan colarse como “confidentes” en la vida de las infancias.
El grooming, como muchos otros delitos y fenómenos digitales dañinos, puede prevenirse. Que el Día de la Niña y el Niño sea motivo para celebrar sus derechos en un mundo digital seguro y provechoso para su pleno desarrollo físico, social y mental.
C$T-GM