
“Para 2030, potenciar y promover la inclusión social, económica y política de todas las personas, independientemente de su edad, sexo, discapacidad, raza, etnia, origen, religión o situación económica u otra condición”: (ODS 10: Reducción de las desigualdades)
Hace 30 años, para no ir más lejos, en los ochentas, hubiese sido impensable ver a chicos y chicas con alguna discapacidad física o mental en la publicidad de alguna marca de ropa o en un desfile de modas.
Hoy, esto es posible gracias a los nuevos tiempos de la inclusión social, impulsada en gran medida por la agenda 2030 de la ONU, que han abierto espacios en la vida laboral y cotidiana para que personas que antes no eran “visibles” tengan voz, participación y presencia en diversos sectores de la economía y la sociedad en general.
Sin embargo, no debemos olvidar que para llegar a este punto, como humanidad transitamos por siglos de oscurantismo como la Edad Media, donde las personas con discapacidad eran vistas como seres que purgaban por algún “castigo divino” y como lastres de la sociedad; y posteriormente, por épocas de intolerancia e ignorancia hacia los individuos considerados “diferentes”, hasta llegar al enfoque médico del siglo XX, el cual, considera que las personas que tienen algún tipo de discapacidad, ya sea motora, sensorial o intelectual o psicosocial pueden ser útiles a la sociedad en la medida en que se rehabiliten y encajen en el esquema de lo “normal”. Es decir, si no eres alguien conforme a los patrones establecidos por la sociedad, no puedes integrarte a ésta.
La verdad de las cosas es que tuvimos que esperar hasta los albores del siglo XXI para ver un cambio real de paradigma; pues es a partir de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPC), la cual entró en vigor el 3 de mayo de 2008, donde se reconoce mundialmente a la discapacidad como una cuestión de derechos humanos, y se señala que las personas con discapacidad “incluyen a aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo, que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”.
Este reconocimiento, que llevó años de negociaciones y décadas de lucha por parte de personas con discapacidad y diversas organizaciones dedicadas a promover sus derechos, ha sido la punta de lanza para que las naciones del mundo tomen acción en promover, proteger y asegurar el pleno ejercicio de los derechos humanos y libertades fundamentales de las personas con discapacidad, garantizando su plena inclusión a la sociedad en un marco de respeto, igualdad y equiparación de oportunidades.
En pleno ejercicio de este nuevo paradigma, la industria de la moda está ganando atención al apostar por la inclusión social para reflejar y concientizar sobre la diversidad de las personas. Este sector, es considerado como uno de los más dinámicos e influyentes por las cifras que aporta a la economía mundial; de acuerdo al informe “The State of Fashion 2018” elaborado en conjunto por McKinsey & Company, y The Business of Fashion (BoF), se esperaba un crecimiento a nivel global de la industria entre 3.5 y 4.5 por ciento, alcanzando los 2 mil 100 millones de euros, pese a los niveles de incertidumbre económica y política que se viven actualmente.
Dentro del amplio y diverso mundo de la moda inclusiva, destacan los modelos de pasarela y revistas con síndrome de Down, quienes llamaron en un inicio mi atención por el impacto mediático que están generando a nivel internacional.
Con la experiencia personal de haber tenido una hermana que se vio afectada por los estigmas sociales hacia personas con su misma condición de síndrome de Down, me resulta extraordinario ver las oportunidades que han ganado con su esfuerzo los jóvenes Chelsea Werner, Franco Di Pascuale y Marián Ávila, quienes reivindican a personas como Martha (mi hermana) quienes fueron o han sido catalogadas como seres “limitados” y “diferentes”.
Chelsea Werner, es una gimnasta y modelo con síndrome de Down, originaria de Danville, California; cuenta con una gran experiencia en campañas publicitarias de las marcas H&M y Aerie. La revista Teen Vogue la incluyó en su número de triple portada de septiembre de 2018, participando además en esa edición, modelos en silla de ruedas, con diabetes y fibromialgia. Chelsea, es además muy activa en sus redes sociales, cuenta con más de 142 mil seguidores en Instagram, muchos de los cuales son padres de niños con síndrome de Down, quienes se sienten motivados al ver lo que ella ha logrado.
El caso de éxito latinoamericano corresponde a Franco Dipasquale, la imagen “Colman Store”, una marca bonaerense, que lanzó en agosto de 2018 una campaña con este joven de 20 años. Su incursión en el ámbito de la moda argentina mereció opiniones muy positivas ya que se dijo que era la primera vez que se veía una representación de personas con esta discapacidad fuera de la “infantilización patologizadora”. Uno de los dueños de esta marca, Juan Scafoglio, habló del compromiso, la sonrisa y el buen sentido del humor de Franco al trabajar para su firma.
Por su parte, Marián Ávila, es otra joven modelo de 20 años con síndrome de Down, de nacionalidad española y quien ha modelado para la diseñadora Talisha White. Su historia se compone por anécdotas de superación y emprendimiento: desde pequeña quiso ser modelo y gracias a su carisma ante las cámaras ha logrado romper paradigmas, siendo lo que es, una chica talentosa, motivada y apoyada por sus padres.
El éxito de las marcas incluyentes se debe a que resaltan la importancia de mostrar a las personas que tienen algún tipo de discapacidad y que nunca se habían visto representadas bajo ninguna circunstancia, además de ser consumidores de otros muchos productos.
Comprender quiénes son estos consumidores permite a los diseñadores y a los fabricantes abarcar la diversidad de discapacidades, considerando además la edad, la raza y el género, y que cada persona tiene habilidades y destrezas únicas. Un caso que lo ejemplifica es el de Mama Cax, una modelo afroamericana que usa prótesis y quien ha impuesto modas con su pierna protésica al vestirla con diferentes colores y estilos; su decisión de estilizar su prótesis y mostrarla con orgullo ha sido inspiración para personas que han sido amputadas de algún miembro inferior o superior.
Por otra parte, es fundamental la participación de los miembros de la comunidad con discapacidad para el éxito de una marca, como lo ha demostrado la firma Tommy Adaptive, que para garantizar que su línea sea funcional y moderna, tiene como norma trabajar con líderes y personas influyentes dentro del entorno de la discapacidad para realizar sus colecciones, llevando así la inclusión más allá del diseño.
Mindy Scheier, creadora de Runway of Dreams Foundation (RODF) ha puntualizado que sería un error para las marcas dirigirse al mercado de las personas con discapacidades, sin que éstas participen directamente. Esta diseñadora se ha convertido en una referencia dentro de la industria de la moda inclusiva, ya que su fundación es producto de su experiencia personal; con un hijo que tiene distrofia muscular rígida ha trabajado desde su organización para concientizar sobre la inclusión, a través de talleres de diseño adaptativo, campañas y programas de becas, desfile de modas y de gala anuales.
Afortunadamente podemos mencionar otros ejemplos de inclusión en la moda: Ashley Graham, modelo de “autoaceptación” quien ha trabajado para Michael Kors; Winnie Harlow, modelo con vitiligo, la participación en campañas publicitarias de modelos “curvy”, y mujeres “plus size” en portadas de importantes revistas.
Así las cosas, todo parece apuntar que las marcas inclusivas además de ir en línea con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPC) de la ONU, tienen un impacto positivo en sus ingresos, como es el caso de Aerie, que el año pasado reportó hasta 38 por ciento de crecimiento en ventas durante los primeros trimestres del año 2018, gracias a que sus adeptos de ropa “regular” la reconocieron como una marca incluyente.
Con respecto a México, sería muy alentador que las marcas nacionales apostaran por la inclusión; de acuerdo al informe “La discapacidad en México, datos al 2014”, elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México había hasta ese año, 7 millones 751 mil 677 de personas discapacitadas, que representaban el 6.6 por ciento de la población. Cabe mencionar que no hay otro estudio que refleje a ciencia cierta las cifras reales y/o actuales de la discapacidad en el país.
Y si bien desde el 2006, México adoptó un discurso promotor de los derechos de los discapacitados e impulsó la CDPC, al adherirse a ésta desde marzo de 2017, un año antes de que entrara en vigor, es muy importante que se siga trabajando desde todos los sectores del país para impulsar la inclusión si queremos ver cambios sustanciales en este rubro.
Sin duda, la industria nacional de la moda tendría mucho que aportar en términos de inclusión, resultaría altamente constructivo que las marcas nacionales se sumaran a hacer campañas para terminar con los estereotipos que tanto dañan a la sociedad mexicana.
En nuestro país hay muchos deportistas con discapacidad que podrían ser magníficos modelos de marcas inclusivas; tenemos como ejemplo a Bibi Wetzel, la campeona de los Trisome Games, la Olimpiada para síndrome de Down, y quien -como Chelsea-, podría ser una gran embajadora para ayudar a miles de discapacitados a cruzar las puertas de acceso a la igualdad, porque sin duda la moda moldea nuestros pensamientos, nuestros gustos y también impacta positivamente en nuestro estado de ánimo.
C$T-GM