Facebook, twitter, Instagram, youtube y whatsapp, son algunas de las palabras que a lo largo de los últimos años, sobre todo desde que comenzó la pandemia, han tomado fuerza en nuestras conversaciones habituales.
Si en este momento volteamos a nuestro alrededor, podremos observar personas con sus teléfonos en la mano, tal vez se encuentren mandando mensajes, subiendo un estado, un reel, una historia, viendo su feed de sus diferentes redes sociales, tomándose selfies, etcétera.
Ver el mundo a través de una pantalla es tan cotidiano que pocas veces pensamos en los efectos negativos que puede desencadenar el hecho de no realizar un uso responsable de plataformas como las redes sociales.
La sabia frase de “todo en exceso es malo” nos lleva a reflexionar sobre diferentes puntos: ¿Es posible comparar los efectos del uso excesivo de las redes sociales con los que genera el hábito descontrolado de beber alcohol, fumar o ingerir alguna sustancia como la cocaína? ¿Las horas diarias que dedicamos a las redes sociales pueden considerarse una adicción?
Recientes reportes, como el Estudio sobre los Hábitos de Personas Usuarias de Internet y la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2021, dan cuenta de la relevancia que tienen las redes sociales en la vida diaria de las personas.
Por ejemplo, ocho de cada 10 personas que usan internet en el país se comunican por plataformas de mensajería instantánea y más del 87 por ciento usa su conectividad para acceder a redes sociales.
Cada minuto los usuarios ven 167 millones de videos en TikTok, comparten 65 mil fotografías en Instagram, postean 575 mil tweets y transmiten 694 mil videos en Youtube. Es un hecho entonces, que algo sucede en la realidad digital que nos mantiene horas y horas frente a la pantalla.
Y es que las redes sociales tienen características que elevan su atractivo y explican en buena medida el fuerte apego que generan, por ejemplo, la ausencia de contacto físico, que puede venir muy bien pues no necesitamos esforzarnos en nuestra apariencia.
Además, favorecen la transformación de la personalidad del mundo real a lo virtual, lo cual incentiva la creación de una imagen “digital”, a lo cual hay que sumar la facilidad que otorgan para enfrentar situaciones que pueden representar incomodidad como terminar relaciones sociales (eliminar contactos, ghosting, entre otras).
Y aunque no todo es malo, pues hay que recordar que estas plataformas posibilitan la comunicación y las relaciones sociales para las personas que presentan limitaciones por condiciones de discapacidad o movilidad, es necesario evitar la falsa idea de que a mayor cantidad de amigos o seguidores en las redes, más aprobación social, más popularidad y por lo tanto “mayor autoestima”.
Las y los adolescentes son especialmente vulnerables a efectos adversos por el uso excesivo de las redes sociales, pues aunque han sido uno de los medios predilectos para tener comunicación e interacción con sus pares y parte importante en la educación, pasar demasiado tiempo conectados podría generar una relación problemática con el uso de dispositivos como los teléfonos inteligentes, similar a una adicción.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una adicción es una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación.
Cuando las personas tienen una relación con las adicciones, hay momentos donde se presenta descontrol, distorsiones del pensamiento (puede pensar sobre hechos que no ocurren en la realidad); también, la persona niega que padece de una enfermedad y comúnmente repiten frases como: “no soy alcohólico, yo decido cuándo dejarlo, yo lo sé controlar”.
También se presenta un estado en el que a pesar de las consecuencias negativas que pueda generar el consumo, no se puede dejar de consumir y se repiten una y otra vez las mismas conductas.
Si bien, hablar sobre una adicción a redes sociales no es algo que esté fundamentado como diagnóstico, porque aún hay discusión al respecto, se han visto algunos efectos en el uso excesivo de las redes sociales que se relacionan con las definiciones antes mencionadas.
Por ejemplo, las personas pueden presentar comportamientos de ansiedad y preocupación cuando no están conectados, pensar que algo fatal ocurrirá si no traen consigo su teléfono o no revisan pronto sus perfiles sociales lo que les genera irritabilidad.
Los efectos que desde luego poco a poco comienzan a perjudicar la salud mental también cuando las personas tienen sensaciones de presión o vacío cuando observan los logros de los demás y sus vidas aparentemente “perfectas”.
Asimismo, pueden surgir distorsiones sobre el aspecto físico, al compararse con las personas que se muestran en fotografías y videos; más aún, se comienza a ver el propio cuerpo como “defectuoso”, poco atractivo o no valioso.
Igualmente se puede sentir irritabilidad pues si bien, el efecto y la recompensa (ver algo atractivo, reírte o que te llegue un like de alguien que te atrae) están presentes, esto dura sólo un poco y se regresa a ver todo aquello con lo que te comparas.
Así, llega el momento en el que dejas el teléfono y te das cuenta que dejaste de leer un libro, de escuchar música, hacer ejercicio, estudiar, de hacer algo que era una tarea importante para ti y al encontrarte con ese resultado, aparece la sensación de fracaso que te lleva al mismo sitio: la comparación, sentirte mal e ir a ver lo que los demás han hecho, para escapar de tu realidad.
Es así como se crea una relación problemática con el uso excesivo de las redes sociales y donde podemos ver el común denominador con las sustancias nocivas que entran al cuerpo: se usan para evadir emociones negativas, se ven como un refugio para no hacerse cargo de las responsabilidades y afianzan la negativa a observar la realidad.
Claro está que la alta exposición digital no es una sustancia que “entra al cuerpo”, pero sí es capaz de alterar las funciones psíquicas, por ejemplo, el ciclo de sueño, la atención e incluso la memoria.
Poco a poco y prácticamente sin darse cuenta, comenzamos a estar inmersos en una realidad que nos da recompensas inmediatas, pero que quita lo que podría ser verdaderamente importante: salud, amigos, familia, pasatiempos y ejercicio, entre otras.
Si la primera actividad que realizas es ver el teléfono e inmediatamente revisar las redes sociales, si has presentado problemas al dormir y te privas de horas de sueño por estar inmerso en tu feed de Instagram, Facebook o TikTok y después de permanecer en esos espacios digitales tienes una sensación de irritabilidad o tristeza, hazte una pregunta:
¿El tiempo que estoy aquí tiene mayor valor que el que puedo destinar a conectar conmigo y con los demás en un ambiente físico?
Tal vez en esa respuesta encuentres la forma de observar con más claridad tu realidad y el entorno en el que te desenvuelves. El autocuidado emocional empieza por pequeños pasos. Ver el mundo a través de una pantalla es una experiencia fabulosa que las generaciones actuales tenemos el privilegio de vivir, pero no es la única.
C$T-GM