Nieta de un líder sindical, comunista y ateo, poseedora de una vocación social heredada del abuelo materno, hija de abogados. María Elena Estavillo Flores, pasará a la historia del sector de las telecomunicaciones como una de las dos únicas mujeres que en 2013 fueron elegidas para formar parte del Pleno del naciente y autónomo Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), sonríe y se dispone a realizar uno de los ejercicios más bellos de la naturaleza humana: recordar.
“Es curioso cómo llegan las cosas. Llegué al sector de las telecomunicaciones un poco de forma circunstancial, el primer contacto fue mi paso por la Secretaría de Desarrollo Social, estaba en la coordinación de asesores económicos de Luis Donaldo Colosio. Se estaba viendo el proceso de apertura en las telecomunicaciones después de la privatización de Telmex. Se formó un grupo intersecretarial que implicaba trabajar en una nueva ley con una perspectiva de mercado abierto y de competencia, había un tema del que nadie sabía y era el de la telefonía rural y social. Me dijeron forma parte del grupo, y pensé pero si no sé nada de ese tema. Bueno, me dije después, pues aprendo”.
Aquél grupo, formado por funcionarios de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) y la entonces recién creada Comisión Federal de Competencia, tenía como principal tarea trabajar en la Ley Federal de Telecomunicaciones. Con el cambio de sexenio en 1994 llegaron nuevos tiempos para el sector: una nueva ley, la creación de la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) y el surgimiento de una visión pro competencia, es decir, la democracia de los mercados.
“Porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo… de fugacidad”: Jorge Luis Borges
“Nací en Torreón, Coahuila, soy la mayor de cinco hermanas, una familia de mujeres. Mi papá y mi mamá son abogados. Ella casi no ejerció la profesión, pero para su época era un logro tener una carrera universitaria. Mi papá estudió leyes con un afán de justicia muy personal. Mi abuelo paterno fue un luchador social, era líder de trabajadores mineros de la zona carbonífera de Coahuila y tuvo una vida muy difícil. Desde niño mi papá tenía la ilusión de defenderlo. Buscar la justicia en diferentes formas es una herencia que me ha marcado y ayudado a crear una conciencia social, la conciencia de que somos parte de una comunidad, que hay que ser parte de la solución y no del problema”.
De los abuelos maternos, María Elena no sólo recibió a los cinco años el piano a través del cual descubrió su pasión por la música, sino también la base emocional necesaria para saberse y reconocerse como una niña querida, admirada y poseedora de aspiraciones sin fronteras. Lo que es adentro es afuera, y así, desde su interior, de lo individual a lo colectivo, busca incidir en las diferentes trincheras que le toca liderar.
“Mi abuelo paterno era ateo, mi abuelo materno era masón y de los dos lados hay influencias liberales, quizá no particularmente feminista, pero pasando por el crisol de otras generaciones, a mi sí me empujó a la reflexión sobre por qué las mujeres tenemos menos derechos que los hombres. Así como en algún momento mi abuelo se cuestionó por qué a los trabajadores no se les respetan sus derechos, yo me pregunté por qué a las mujeres no se nos reconocen los derechos que tenemos como cualquier persona”.
Decisiones.
Al arte de organizar sensible y lógicamente una combinación de sonidos y silencios a partir de principios melódicos, de armonía y ritmo, se le llama música; para María Elena Estavillo Flores, la economista que por más de cinco años ha contribuido a elevar el nivel de la regulación en el complejo sector mexicano de las telecomunicaciones, es más que eso. Es una vocación paralela, el inicio y el final de un día, la conexión con lo profundo, el cálido refugio.
“Cuando estaba en la primaria le ofrecieron un trabajo a mi papá en la Ciudad de México. Yo tenía como 10 años y aunque era muy pequeña me daba cuenta que había una visión más liberal aquí, de la gran oferta cultural; siempre he sido una apasionada del arte, de la lectura y vi todo lo que había por hacer. Entré a estudiar piano en el Conservatorio Nacional de Música, lo que me gustaba más era cantar. Cuando tuvimos que regresar a Torreón fue un cambio muy difícil, yo ya tenía como 14 años y regresé contra mi voluntad, pero me prometí que regresaría y así lo hice”.
Mientras pienso en preguntarle qué relación puede tener la música con la economía, ella se acomoda en la silla, posa las manos sobre la mesa y por unos instantes la veo como una fiel devota de Santa Cecilia, sin piano, sola y frente a mi.
-¿Y si le gustaba tanto por qué no dedicó su vida por completo a la música? -La pregunta sale sin permiso, casi un reproche.
-Fue una decisión muy difícil, la economía me apasiona, tengo una veta científica y académica, me gusta mucho estudiar, me gusta lo técnico. Hubiera sufrido dejando cualquiera de las dos. Lo que vi es que nunca tenía que dejar la música, eso es algo para mi, algo que sigo haciendo y lo disfruto mucho. Claro que no es lo mismo que tener una carrera como cantante pero sí es un placer, un disfrute que no he tenido que abandonar.
María Elena habla de la música con pasión, sin aspavientos, como hablar de esa entrañable amiga que ha estado presente a lo largo de los ires y venires; así, sin condiciones, sin reclamos, siempre dispuesta a recibirla cuando sea y como sea.
“La música ha estado presente de muchas formas, en Torreón di clases en la Casa de Cultura, fui profesora de educación artística en una secundaria ejidal y cantaba donde me dejaban, tenía un grupo con los maestros de la secundaria, cantaba en la iglesia; incluso en el Tec de Monterrey, donde estudié la carrera, estaba en la revista musical y tenía posibilidad de practicar piano. Cuando volví a la ciudad volví a entrar al Conservatorio, incluso cuando fui a París a hacer el doctorado estudié canto de manera profesional en la escuela Cantorum”.
A los 21 años, ya como licenciada en Economía por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, María Elena regresó a la Ciudad de México. La prueba de fuego estaba por comenzar. El techo de cristal la esperaba, transparente, casi impenetrable.
“He visto el techo de cristal de muchas maneras. Alguna vez vi cómo un jefe pensó necesario buscarle una mejor plaza a un compañero que estaba por casarse, porque eso le traería nuevas responsabilidades, nunca he escuchado que suceda eso para una mujer; al contrario, se piensa que como ya se casó, se irá pronto, se va a embarazar o rendirá menos”.
Romper y acabar con esa velada limitación para el ascenso laboral al interior de las organizaciones, llamada “techo de cristal”, es un objetivo a superar en la mente de las mujeres que a contracorriente han logrado ocupar puestos de decisión; sin embargo, el camino es sinuoso.
“Muchas veces he tenido frente a mi el techo de cristal. Hace unos años, se abrió una oportunidad para ascender, y tengo que decirlo, yo tenía la mayor experiencia, preparación y capacidad pero se lo dieron a alguien más, cuando expresé mi descontento, la persona que tomó la decisión me dijo que no me dieron ese lugar porque era lo que más convenía en ese momento de mi vida. Para entonces yo ya tenía un hijo y eso nunca afectó mi desempeño, la decisión iba en contra de las evidencias de varios años demostrando capacidad y compromiso”.
Los 180 días.
Aún funcionaria de la máxima autoridad en el sector de las telecomunicaciones suspira profundo al recordar los primeros 180 días del IFT. Días, semanas y meses donde una industria acostumbrada al eterno impasse regulatorio veía difícil que dos mujeres y cinco hombres pudieran poner orden.
“Viví esos días con mucho apoyo, en primer lugar de mi esposo. Él tomó el relevo en muchas cosas, hemos tenido diferentes organizaciones y etapas en nuestra vida en común pero en esa primera época del IFT, durante semanas y meses yo no supe si había algo de comer en casa, o si nos quedamos sin agua porque no se pagó. Él se hizo cargo de todo, y eso me ayudó muchísimo”.
María Elena es una mujer de ojos grandes, como las que describe Ángeles Mastretta, y es desde esa condición que su voz toma otra tonalidad. Habla de sus dos hijos varones con una sonrisa franca y pone en la mesa una de sus tantas convicciones: “Educo a mis hijos con la visión de un mundo donde las mujeres y los hombres somos iguales, que tenemos las mismas oportunidades, los mismos sueños, las mismas aspiraciones”.
-¿Alguna vez pensó en hacer una pausa laboral?
-Nunca. Pero siempre fui una mamá muy presente. Me parecía muy importante que además de leerles un libro y cantarles por las noches tenía que estar trabajando, que me tenían que ver entusiasmada por lo que hago en mi trabajo como una profesional, y sigo convencida de eso.
“Cuando mi hijo mayor tenía ocho o 10 años, una vez me preguntó ¿si tu fueras presidenta, te gustaría?. La pregunta me conmovió tanto porque yo siempre estuve y estoy orgullosa de mi mamá, pero nunca pensé que ella podría ser presidenta. Mi hijo sí lo pensaba de mi”.
El día cero.
Tras cinco años cinco meses, llegó el momento de pasar la estafeta. Desde marzo de 2018, María Elena Estavillo Flores fue la única mujer en el Pleno del IFT, después de la salida de Adriana Labardini Inzunza. Impulsar la presencia de mujeres en puestos de liderazgo y toma de decisiones, un camino en común a través de Conectadas. Diferente trinchera, misma convicción.
“En lo personal, Conectadas me tiene muy entusiasmada. No descartaría nada, me gusta la academia, nunca he trabajado en el sector privado, como consultora sí, pero no como parte de una empresa; atendiendo a las restricciones legales tampoco lo descartaría”.
-¿Cómo será el día cero después del IFT, cómo será el 1 de marzo próximo?
-Tengo ganas de no tener una agenda, eso lo tengo que disfrutar algunas semanas. Tengo ganas de no tener nada que hacer, abrir mi calendario y que no esté lleno de cosas, y decidir qué quiero hacer en el día.