Con la perseverancia y sutileza de una tejedora frente al telar, Adriana Labardini ha forjado por más de tres décadas una sólida trayectoria profesional en la que se ha esforzado por dejar claro que, sin compromisos y con visión independiente, en el escenario de su vida el guion lo escribe ella.
Al echar una mirada al retrovisor, Adriana Sofía Labardini Inzunza -una de las dos únicas mujeres que en 2013 fueron elegidas para formar parte del Pleno en el naciente Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT)-, se muestra satisfecha con los logros alcanzados sin quitar el dedo del renglón en lo mucho que aún queda por hacer.
En propia voz, Adriana Labardini se describe como una mujer de carácter innovador, disruptivo y transformador, incluso asumiéndose como una eterna inconforme porque “siento que siempre hay oportunidad de hacerlo mejor, de lograr más, de caerse 10 veces para levantarse 11”.
Admiradora del trabajo de la jurista estadounidense Ruth Joan Bader Ginsburg y la activista Maya Angelou, Adriana Labardini habla de su compromiso con el interés público, con la inclusión, la equidad y el equilibrio que debe existir en una sociedad que busca acabar con la marginación en todos los sentidos.
Con las manos en la Luna y los pies sobre la Tierra.
Eran las ocho de la noche de aquél 20 de julio de 1969, el televisor daba cuenta del sorprendente hecho: Por primera vez un ser humano pisaba la superficie lunar. Ella, como millones de espectadores, contenía el aliento. El acontecimiento fue un parteaguas en la historia del mundo y en la vida de una niña de siete años que, sin saberlo en ese momento, estaría marcada por las telecomunicaciones.
“Mi padre narró desde Cabo Cañaveral el lanzamiento del Apolo 11, fue un mensaje muy emotivo, se le quebró la voz cuando Neil Armstrong pone el primer pie en la Luna, y a mi eso de que hubiera hombres en la Luna, cohetes espaciales y satélites, me apasionó”.
Al hablar de su padre, el emblemático locutor Jorge Labardini, Adriana endulza la voz y suspira recordando al hombre de quien heredó la capacidad de análisis, el sentido crítico y la fascinación por la investigación y que en las décadas de los 50 y 60 entraba a los hogares mexicanos a través de la radio y la televisión.
“Mi papá, que era un hombre muy sensible y apasionado igual que yo, hizo una narración muy técnica con datos duros que investigó tres meses antes. A mi padre no se le podía dar un guion, quizá de ahí viene mi independencia. Dentro, por supuesto de un marco de civilidad, de respeto y de legalidad, a mi nadie me va a decir qué pensar, qué hacer o no, tengo mi propio análisis”.
En los años 60, la industria satelital era incipiente pero atractiva para muchos gobiernos que veían en el espacio una nueva y sofisticada manera de conquistar el mundo; era una carrera en la que nadie quería llegar tarde.
“La lucha por el espacio empezó a finales de los 60 y en los 80 todo mundo tenía un satélite de telecomunicaciones. La tecnología satelital implicaba un conocimiento del régimen jurídico del espacio, de los tratados internacionales para ordenar órbitas, se trataba de derecho internacional, administrativo y de las telecomunicaciones”.
En 1987, la novel abogada rompió esquemas en la Escuela Libre de Derecho al escribir “Régimen Jurídico de las comunicaciones civiles vía satélite”, una tesis laureada con el premio Eduardo Trigueros, al mejor trabajo del año.
“Me preguntaban si iba a escribir sobre el código civil, el matrimonio o el tercero constitucional, yo dije no… escribiré sobre el régimen jurídico de los satélites de telecomunicaciones y además quiero un sinodal ingeniero y será nada menos que el doctor Salvador Landeros, responsable de lanzar al espacio los primeros satélites mexicanos de comunicación”.
Para la década de los 80, la presencia de una mujer en la Escuela Libre de Derecho no sólo era inusual, sino todo un desafío para quienes decidían poner un pie en un ámbito predominantemente masculino.
“De los 19 a los 24 años viví el 80 por ciento del tiempo entre libros, exámenes y presiones en un ambiente no feminista en el que había que demostrar una serie de cosas que mis compañeros hombres no tenían que probar”.
El camino profesional de las mujeres muchas veces se convierte en una carrera de obstáculos en la que las condiciones, las reglas y el clima son tan adversos que cuando llegan a la meta lo hacen mucho más agotadas que los hombres.
“Había que probar que no eras tonta, que no ibas a ligar, que no querías trato preferencial o exámenes más sencillos. Era probar, probar y probar, no que sabías las reglas del código civil, de comercio, o que entendías un análisis constitucional; era probar que las neuronas femeninas eran suficientemente buenas en la Escuela Libre de Derecho”.
La radio y la televisión han estado siempre presentes en la vida de Adriana Labardini y la pregunta es obligada ¿por qué no se dedicó a esa industria?. La respuesta la obtuvo de su padre a los 13 años de edad.
“Me acuerdo haber salido en un anuncio comercial, pero él me dijo es la primera y la última vez Adriana. Y salí porque todo el equipo de producción insistió -¡Ay por favor que salga!- Yo fui feliz, me sentí la mujer maravilla”.
En los 70, Jorge Labardini era el rostro y la voz de la marca Hermanos Vázquez que solía anunciar sus productos en televisión, para ello se grababan los comerciales cada semana y en una ocasión la casa de los Labardini Inzunza fue elegida como locación.
“Iban a anunciar literas y muebles para niños y alguien tuvo la ocurrencia de que saliéramos mi hermano y yo brincoteando en pijama. Mi papá dijo: -¡no, no hay manera! Pero todos le hicimos una revolución, y total que salimos. Fue un gran día, llevamos caldos de hongos y quesadillas con epazote para todo el equipo de producción, fue muy lindo”.
Al día siguiente mi padre nos dijo:
-Yo no soy un actor, no me he metido mucho al medio, ustedes escogerán su camino, pero no quiero que entren en su calidad de hijos menores de edad. Si siendo adultos deciden estar ahí más vale que sean muy creativos y talentosos.
Adriana Labardini no siguió los pasos de su padre “haciendo televisión”. Como comisionada en el IFT su decisión fue contribuir a cambiar el rostro de esa poderosa industria defendiendo los derechos de las audiencias, promoviendo la pluralidad e impulsando la competencia.
En la vida se debe jugar como en el béisbol…
“Hiciste bien en confiar en ti” se dijo a sí misma la mañana del 11 de septiembre de 2013. El sentimiento de victoria fue breve. Era el día 1, la cuenta regresiva había empezado y no había lugar para nada más.
“Llego a este cargo en un momento de madurez intelectual, emocional y personal. Es una maravilla llegar a los 50 años. Es una edad en la que tienes confianza, logros probados, conoces tus fortalezas y debilidades, entiendes mucho mejor la naturaleza humana, de los regulados y las expectativas de la ciudadanía”.
Bebe un poco del agua fresca que momentos antes sirvió de un hermoso jarrón michoacano, se toma unos segundos y confiesa:
“Yo no tenía miedos, yo no llegué después de pedir y rogar apoyo a cambio de nada. No hice compromisos, ni de contratar a nadie, ni de subir de prioridad una agenda, o bajar la prioridad a otra”.
Para Labardini, la objetividad, imparcialidad e independencia que enarboló en trincheras como la asociación Al Consumidor fueron la armadura con la que se dispuso a enfrentar, junto con otros seis comisionados que conforman el Pleno del IFT, vicios regulatorios y rancias prácticas, siempre a favor de las empresas.
“Una de las grandes activistas norteamericanas, Maya Angelou, decía que en la vida se debe jugar como en el béisbol: sí, ponerse el guante para cachar pero también hay que pichar. Es decir, hay que aprender y ganar pero también dar, compartir, inspirar y ayudar. Esa ha sido mi filosofía”.
Con un aire distraído, se acomoda la mascada roja que adorna su cuello. A su mente llegan de golpe las extenuantes jornadas, los millares de documentos revisados, las interminables sesiones del Pleno y concluye: -nunca he tenido un día aburrido en mi vida.
El final es el principio.
“El 28 de febrero se cierra un ciclo muy importante y además con el que soñé. Cuando fui secretaria técnica del Pleno en Cofetel pensaba que si bien no estaba totalmente en mi control, haría todo lo posible por llegar como comisionada a un órgano autónomo, con presupuesto, recursos humanos y herramientas normativas suficientes para lograr un cambio”.
-¿Y lo logró?
-Conformé un equipo a la altura de lo quería lograr; a fuerza de votos particulares, las sanciones ahora son otra cosa, nunca perdí de vista los derechos de los regulados, siempre escuché a las cámaras, a las empresas, a la sociedad civil y a las autoridades.
-¿Se considera la rebelde del Pleno?
-Sí, pero hay que tener cuidado con la rebeldía. Soy disruptiva y creo en un liderazgo transformador. La rebeldía no puede ser mezquina y estúpida, es decir, no informada no analizada, egoísta. Pero sí, creo que ha habido votos particulares míos que han permitido que en tribunales se dé otra mirada al tema.
La sonrisa genuina, esa que armoniza los labios con los ojos, es un lujo de pocos y ella la lleva tan bien puesta como la mascada roja que perteneció a su madre. Al despedirnos, sonríe con la ternura de una niña que terminó bien la tarea, con la arrogancia del boxeador que llegó al último round de pie… con la emoción del montañista en la cumbre.
C$T-GM