Expresar pensamientos, sentimientos y emitir juicios sobre lo que consideramos bueno, malo, feo o bello, es un acto básicamente humano, pero ¿qué pasa cuando rebasamos el límite opinando de un cuerpo ajeno? En la era de los likes, hablemos del body shaming, o en palabras simples, del acto de avergonzar a otra persona por su aspecto físico.
Entre las múltiples definiciones de este fenómeno, se encuentra la de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que habla del conjunto de actitudes negativas y creencias sobre cómo lucen las demás personas, las cuales, se manifiestan en estereotipos y prejuicios relacionados particularmente con el sobrepeso y que pueden conducir a la llamada gordofobia.
Dentro de este término, existen dos conceptos como el fat shaming que es el hecho de avergonzar a una persona por su gordura y, por el contrario, el skinny shaming por su delgadez.
Pero el body shaming no sólo tiene que ver con cuerpos gordos, sino también con cualquier aspecto del cuerpo que no encaja con las normas, incluidos los cambios naturales que presenta el cuerpo con la edad, sobre todo esa presión tan marcada hacia las mujeres que viven en una sociedad donde la única forma de belleza aceptada es aquella que está por debajo de los 40 años.
Así que no es extraño que las mujeres se encuentren molestas con los cambios corporales que conlleva la edad y hagan todo lo que esté en sus manos para que «no se note».
Al tiempo que convivimos con los múltiples beneficios que otorgan las redes sociales y las plataformas digitales en términos de comunicación, información y entretenimiento, es momento de reconocer que hacer chistes y comentarios humillantes, incluso muchas veces disfrazados de “buena onda”, está tan normalizado que se considera un derecho.
Las personas que gustan de opinar sobre los cuerpos ajenos suelen centrarse en un aspecto físico que hoy más que nunca está censurado por la sociedad: tener un cuerpo gordo.
El historiador y sociólogo Georges Vigarello explica que pensar que a una persona le falta fuerza de voluntad para bajar de peso o hacer ejercicio y considerarle débil por eso, implica martirizarla haciéndole creer que no es capaz y que algo está haciendo mal, por lo que pasará la vida de dieta en dieta, soñando con tener un cuerpo normativo, pero casi siempre sin conseguirlo.
Además, hay que decir que los prejuicios y estereotipos gordofóbicos niegan la diversidad corporal existente y la multiplicidad de factores que inciden en la forma de los cuerpos, tales como: las condiciones económicas, culturales, genéticas, educativas y sociales.
Todo esto conlleva un grave efecto en la salud mental de las personas que de una u otra forma son víctimas del body shaming.
Este fenómeno genera percepciones distorsionadas de uno mismo al compararse con otras personas o modelos estereotipados promovidos por la sociedad, los pensamientos irracionales llevan a la inseguridad, a la falta de confianza en las propias capacidades y la pérdida de autoestima que afectan y condicionan la relación con los demás.
Afecta además la construcción de la identidad donde se piensa que el valor total de una persona radica sólo en cómo luce su cuerpo.
El concepto de imagen corporal que se van formando las personas con el paso del tiempo y que es recogido no sólo en cómo la persona se percibe sino de las opiniones de otras personas, afecta directamente en la autoestima y en la relación con el propio cuerpo y con la alimentación.
Además, los estereotipos de belleza impuestos socialmente, asociados a la delgadez como sinónimo de éxito y felicidad pueden fomentar la aparición de hábitos poco saludables, como la restricción, la dieta rigurosa, ejercicios excesivos y conductas compensatorias, lo cual también puede desencadenar un trastorno de la conducta alimentaria.
Sentir vergüenza sobre el cuerpo puede generar que las personas eviten hacer ejercicio o comer en público por temor a la humillación pública, ya que pueden experimentar burlas, amenazas verbales y agresiones físicas, obviamente sabemos que esto también puede suceder al compartir contenido en las redes sociales por ejemplo.
Desde luego, hay formas de prevenir el body shaming y toda la cultura que genera esa presión de cómo deben lucir los cuerpos. Primero es relevante partir de nuestras propias conductas personales y trabajar en no permitir este tipo de comportamientos en nuestro entorno, familia y red cercana.
Es importante cuidar cada palabra que usamos, nunca se sabe realmente la batalla que pueda llevar dentro el otro ser con el que nos vinculamos. Es de extrema relevancia que las familias y la educación en general adopten medidas preventivas para combatir el juicio corporal y la promoción de aceptación del propio cuerpo además de aceptar la diversidad corporal.
Con niñas, niños y adolescentes, por ejemplo, se puede invitar a que si ven algún comentario negativo en la foto de otra persona eviten reaccionar o comentar y también que brinden apoyo emocional a la persona que está siendo señalada.
Respetar la diversidad corporal, dejar de hablar de cuerpos ajenos y recordar que herir consciente o inconscientemente a otra persona no es un derecho, debería ser parte de nuestra vida diaria, física y digital.
C$T-GM